El descanso puede ser muchas veces lo más productivo
En la actualidad hacer es sinónimo de avanzar, de prosperar, de acercarnos a nuestras metas. Y muchas veces resulta cierto. Pero en ocasiones, hacer, hacer y solo hacer puede resultar lo más improductivo del mundo. Vivimos en un universo donde los opuestos no son entidades antagónicas que luchan entre sí. Más bien se complementan de manera armónica y la existencia de uno depende del otro. El famoso Yin y Yang representado en la cultura China. Al igual que la noche y el día o el calor y el frio, el hacer y el descanso son fuerzas opuestas que forman un todo. Potenciar uno sin respetar el otro genera inevitablemente desequilibrio. Al día de hoy es muy común encontrarnos personas muy estresadas y ansiosas porque han llenado su vida de “hacer”. Han perdido el equilibrio. El espacio destinado al descanso no es respetado y sufren esas consecuencias.
Siempre me gusta usar relatos y cuentos de la cultura universal porque creo que nos es mucho más fácil aprender con imágenes. El siguiente relato, del libro “Recuentos para Demian” de Jorge Bucay, nos ilustra este tema.
“Había una vez un hachero que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que el hachero se decidió a hacer buen papel.
El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le designó una zona.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles.
—Te felicito –dijo el capataz— sigue así.
Animado por las palabras del capataz, el hachero se decidió a mejorar su propio desempeño al día siguiente; así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.
—Me debo haber cansado –pensó y decidió acostarse con la puesta del sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco y el último día estuvo toda la tarde tratando de voltear su segundo árbol.
Inquieto por lo que fuera a pensar el capataz, el hachero se acercó a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se esforzaba al límite de desfallecer.
El capataz le preguntó:
— ¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?
— ¿Afilar? No tuve tiempo de afilar, estuve muy ocupado cortando árboles.”